A una persona o un colectivo lo avala la coherencia de su historia. Por eso me pregunto: ¿cuál de las terribles profecías que le endosaban a la LUC efectivamente sucedió?. La respuesta es: ¡ninguna! Ergo, ¿hay que creerles a los agoreros del mal, a los profetas del apocalipsis, cuando una vez más auguran catástrofes? Evidentemente carecen de autoridad moral y de verificación empírica para creerles. Simplemente algunos quieren hacer de los estudiantes rehenes de una batalla política y de la educación una herramienta de adoctrinamiento, donde es la mala docencia la que inserta un filtro ideológico sobre la realidad que acompañará a esos jóvenes por el resto de su vida. Porque está claro, la batalla por la educación es fundamentalmente una batalla por la verdad

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Perdón por el título. Tal vez pueda para algunos ser exagerado, grotesco, fatalista, alarmante o impactante.

Para mí es simplemente realista, porque cuando analizamos (objetiva o subjetivamente) la situación de la Educación en el Uruguay llegaremos a la conclusión de que si no se logra una transformación, un “timonazo”, estaremos condenando a miles y miles de niños, niñas y adolescentes a una mala vida. Porque sin educación solo eso es esperable, tanto en términos de desarrollo económico, como intelectual o emocional.

Pero veamos si exagero. Un país donde la trayectoria educativa arroja que el 51% de los jóvenes de 16 años asiste sin rezago, un 34% asiste con rezago y un 15% ya está fuera del sistema educativo, es un país en crisis. Pero la cosa puede estar aún peor si analizamos los números de jóvenes de 19 años, donde solo un 36% de ellos egresaron del sistema, un 36% asiste con rezago y un 42% está fuera del sistema educativo.

¿De verdad alguien puede creer que este país no necesita una transformación? No hacer algo es un insulto a la Patria, es abrazar el fracaso como inevitable y hacer de la mediocridad algo natural. Y no, no podemos, no queremos recorrer ese camino. Porque es un compromiso con la Historia, pero además es el compromiso expreso asumido en el “Compromiso por el país”, programa de gobierno puesto a consideración de los uruguayos en noviembre de 2019.

Hay respaldo empírico de que hay que cambiar (los números no saben de ideologías), y hay respaldo político (a este gobierno lo votaron entre otras cosas porque dijo que iba a transformar la educación). Así que hay que ponerle el pecho a las balas y no retroceder ni un milímetro, porque estamos mal, estamos recontra mal.

Vázquez prometió dar batalla y perdió. Mujica prometió “educación, educación, educación” y fracasó con total éxito. Los sindicatos les torcieron la muñeca y ellos agacharon la cabeza.

La batalla se da en varios frentes, pero no es a los radicales e intolerantes que hay que hablarles (¿serviría de algo?). Es a la gente, al ciudadano de a pie a quien hay que hacerlo parte de la transformación. Porque su respaldo es vital y porque es para él esa transformación. Tenemos que salir juntos del círculo vicioso que forman una educación de mala calidad, la exclusión y la pobreza.

Tenemos que romper juntos los mitos, los relatos que quieren instalar. Esas mentiras que hablan de que es una reforma inconsulta, cuando todos sabemos que los “cara a cara” del Presidente de Codicen y su equipo han recorrido el país y cuando las instancias de diálogo con todas las partes han sido muchísimas. Confunden falta de diálogo con su falta de razón, porque una cosa es no intercambiar opiniones y otra muy distinta el que no prime la suya (esa que suele venir acompañada de agravios, insultos y violencia).

Consecuencia ineludible de la falta de argumentos y el exceso de agravios por parte de actores de los sindicatos de la educación es la evidente baja representatividad con la que cuentan. Es obvio que la intolerancia no es generalizada de todas las voces de la educación, pero las que más gritan son las que se escuchan. Si un 37% de los docentes de Secundaria adhirieron al paro, en UTU el 29%, 40% en Primaria y el 22% en funcionarios no docentes, algo significa. Hay muchos que no quieren ese tono, por eso no hay que enfocarse en la voz de los intolerantes sino en los oídos de quienes reclaman un cambio. Es con ellos y para ellos.

Porque además es un desafío complejo, dada la dificultad de percepción de la importancia de la educación. A quienes la tienen no les preocupa prioritariamente (no es común preocuparse por aquello de lo cual no se carece) y quienes no la tienen carecen de las herramientas para percibir su trascendencia.

El respaldo a la transformación educativa está no solo en su contenido y su rumbo, sino en cómo se comunica a sus beneficiarios. Hacerlos parte implica que la transformación haga carne en ellos, y para eso deben saber en forma simple y clara qué es y para qué. Que la abracen porque es sinónimo de equidad, donde puede aprender con igual oportunidad el pobre o el que tiene recursos. Donde la respalden porque esta transformación quiere que el origen de un niño no paute su futuro.

Esta transformación también estriba en la justicia. Porque una remuneración diferencial para los docentes que se forman es esencialmente justa. No puede dar lo mismo saber que no saber.

Que ganen más quienes van a lugares más complejos es un acto de justicia, pero además es necesario para que pobreza y mala educación no sean parte de un circulo vicioso interminable.

A una persona o un colectivo lo avala la coherencia de su historia. Por eso me pregunto: ¿cuál de las terribles profecías que le endosaban a la LUC efectivamente sucedió?. La respuesta es: ¡ninguna! Ergo, ¿hay que creerles a los agoreros del mal, a los profetas del apocalipsis, cuando una vez más auguran catástrofes? Evidentemente carecen de autoridad moral y de verificación empírica para creerles. Simplemente algunos quieren hacer de los estudiantes rehenes de una batalla política y de la educación una herramienta de adoctrinamiento, donde es la mala docencia la que inserta un filtro ideológico sobre la realidad que acompañará a esos jóvenes por el resto de su vida. Porque está claro, la batalla por la educación es fundamentalmente una batalla por la verdad.

Una estrofa de las Coplas de Jorge Manrique, a la muerte de su padre D. Rodrigo decía: “cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor, cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Y no es ponerse nostálgico el pensar que tuvimos una educación modelo, integradora, democrática y democratizadora, impregnada de justicia social y manantial de oportunidades. Esa que en mi Escuela Nº 50 del Barrio San Martín de Maldonado me dio las herramientas para crecer y luchar. Esa que no envidiaba nada a la educación privada y que daba orgullo (¡tremendo orgullo!). Bueno, eso es lo que debemos recuperar. Es simplemente reconocer lo que perdimos y desde ahí reflexionar sobre lo tremendo del lugar hacia donde vamos.


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