Entre las reglas naturales que se dan en los procesos electorales de Estados Unidos, también está la que favorece la reelección de los presidentes.

Que los mandatarios obtengan un segundo mandato es lo que siempre ocurre, aunque hayan perdido la elección legislativa de mitad de mandato.

Por cierto, como toda regla, tiene excepciones. Y las más cercanas en el tiempo son Jimmy Carter, George Herbert Walker Bush y Donald Trump. Figurar en esa lista prueba que el archi-millonario no sólo ha generado una devoción fanática en una franja amplísima de la sociedad. También ha generado un rechazo de dimensión oceánica

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El huracán republicano finalmente parece ser una ventisca. Ni Joe Biden ni Donald Trump tienen razones para festejar. El presidente tiene al menos un motivo para suspirar aliviado, mientras que al magnate neoyorquino le apareció un obstáculo más en el camino de retorno a la Casa Blanca.

Biden puede suspirar aliviado porque los demócratas no fueron barridos en las urnas, como anunciaba Trump que ocurriría y como lo vaticinaban las encuestas. Más aún, por ser una elección de mitad de mandato, el resultado que se va perfilando parece más que bueno, incluso si el oficialismo pierde el control del Congreso.

Ocurre que, normalmente, a las elecciones de mitad de mandato las suele ganar el partido que está en la oposición, porque en ellas la sociedad procura equilibrar la relación de fuerzas entre el gobierno y los opositores. La regla es que, el partido que tiene la presidencia y mayoría en el Congreso, pierde alguna de las cámaras, o las dos, fortaleciendo el poder de control opositor sobre el gobierno.

Por cierto, hay excepciones. La última de esas excepciones fue el triunfo de los republicanos en el primer medio término de George W. Bush, aunque la explicación está en el devastador 11-S. Cuando los norteamericanos se sienten atacados, y aquel fue el primer ataque masivo en el propio territorio desde Pearl Harbor, procuran fortalecer al gobierno, en lugar de debilitarlo.

En esta oportunidad, además de tratarse de la elección en la que siempre tiende a ganar la oposición, al oficialismo lo afectaba negativamente la mediocre performance de la administración Biden. El gobierno que comenzó con la imagen de la vergonzosa retirada norteamericana de Afganistán, en parte compensada por el asesinato del líder de Al Qaeda, Aymán al Zawahiri, en Kabul.

A renglón seguido naufragó en las fronteras donde se abarrotan las olas de inmigrantes latinoamericanos. Y llegó a la mitad del mandato con una inflación persistente y en niveles altísimos para los parámetros estadounidenses, además de un aumento en las estadísticas del delito.

A eso se suma la razón biológica que debilita las chances de que Biden busque la reelección, o de ganarla si llegara a ser candidato: la edad.

Si encabezando un gobierno gris y sin un liderazgo personal medianamente fuerte, los demócratas pudieron ofrecer resistencia en las urnas y menguarle el triunfo a los republicanos, quiere decir que lo que favoreció al partido de Franklin Roosevelt y John Kennedy es el rechazo que generan Trump y la deriva radicalizada del Partido Republicano.

Entre las reglas naturales que se dan en los procesos electorales de Estados Unidos, también está la que favorece la reelección de los presidentes.

Que los mandatarios obtengan un segundo mandato es lo que siempre ocurre, aunque hayan perdido la elección legislativa de mitad de mandato.

Por cierto, como toda regla, tiene excepciones. Y las más cercanas en el tiempo son Jimmy Carter, George Herbert Walker Bush y Donald Trump. Figurar en esa lista prueba que el archi-millonario no sólo ha generado una devoción fanática en una franja amplísima de la sociedad. También ha generado un rechazo de dimensión oceánica.

Estas elecciones no han derrumbado al gobierno de Biden como esperaba Trump, pero tampoco convertirá a la administración demócrata en un gobierno fuerte. Todavía no ha podido generar una figura fuerte para suplir al mandatario en la próxima elección presidencial, si eso fuere necesario. Se suponía que Kamala Harris acrecentaría su potencial electoral desde la vicepresidencia pero, al menos hasta ahora, eso no ha ocurrido.

A tales fragilidades se suman las fricciones internas que muestran fragilidad en el liderazgo de Biden. Una de ellas quedó a la vista cuando Nancy Pelosi viajó a Taiwán, generando una durísima reacción de China que impactó contra los esfuerzos que llevaba a cabo el secretario de Estado Anthony Blinken para que Xi Jinping no colabore con la guerra de Vladimir Putin en Ucrania.

Aún con tanta debilidad, Biden puede respirar aliviado. Trump no sólo no obtuvo la “marea roja” que anunciaba, sino que le salió un competidor al que las urnas acaban de empoderar: el gobernador de Florida Ron de Santis. El cisne negro que podría arrebatarle la candidatura republicana.


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